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Mostrando entradas de 2016

Una mañana de invierno cualquiera

Suena el despertador, uno que no es mio, y sueña mi mal humor, ese sí es mío. Yo me despierto con su despertador y él con mi mal humor. Mala combinación, sí señor. Las prisas y el sueño son siempre las mismas, es que no aprendo. Qué más me dará levantarme cuarto de hora antes. Me sobran 5 minutos, me despido sin prisa y así es mejor, los besos son más ricos y me da tiempo a dar los buenos días de verdad a las señoras que me encuentro. Tan amables, con las que me prodigo tan poco. Llega el turno de la administración. Voy con miedo y sin mi boli de Bob Esponja, el talismán para la ocasión. Me llevo una sorpresa porque encuentro un fantasma de otro tiempo tras el mostrador. Muy guapo, por cierto, eso de que la mala vida hace estragos es mentira, ya lo ves. No me atiende el fantasma, es más, procuro que no me vea, no sea que se me note a mi la buena vida. Cruzo los dedos para que no me toque su mostrador. Me atiende una señora bastante correcta que no me soluciona nada pero soport

Sharon Jones y la irreverencia.

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Nos habíamos pasado la noche bailando y, a la mañana siguiente, en plena resaca del alma, me llegó la noticia de la muerte de mi última diva mayor de edad. Así que, con la irreverencia propia de la orquesta Diamante y con el cadáver de Sharon todavía caliente, nos encerramos en el local de ensayo a masacrar sus canciones. Y, ya de paso, saludamos a otras divas muertas muy santas de nuestra devoción. Somos muy de divas muertas en la orquesta. Mucho menos de 100 days and 100 nigths para aprenderme tu canción, querida Sharon.  Y es que ya no voy a esperar a levantarme un día con un prodigio entre el pecho y la garganta, he decidido cantármelo todo a riesgo de ser irreverente, de pifiarla con la letra en inglés, de desafinar sin siquiera darme cuenta, de cagarla con la coreografía, de enredarme con el cable del micro, de torcerme un tobillo o de sacarme un ojo con el mástil del bajo de Tony. No voy a esperar más, ni a esto ni a nada. Ya no tengo edad. Mis disculpas por destroz

Semáforo en rojo y ukelele rosa.

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Tenía mucha prisa y me pilló el semáforo en rojo, pero justo antes de que me invadiera el enfado instantáneo y fugaz que me asalta en esos casos, me di cuenta de que en la tienda de música que hace esquina, sí, la de la cristalera enorme, había un chico comprando un ukelele. Ya estaba decidido, lo supe enseguida, se lo llevaba. Su única duda era si en rosa chicle o en fucsia. Ay, no sé ¿cual le gustará más? Siento si la regenta de la tienda es tu tía o algo así, pero es muy recia, sabe mucho y es correcta, pero es recia. Muy tendera del Valle, de categoría, sí, pero tendera del Valle al fin. El caso es que ella pensaba que el de madera de haya, que es un poquito más caro, merecía la pena; los tintados no están mal, pero son industriales y por un poco más, pues tienes un instrumento en condiciones.  Ya, si no es por el precio, pero es que el rosa le va a gustar, es súper original.  Tú decides, pero yo te tengo que asesorar y este merece la pena, de verdad.  Mira, me llevo este, el rosa

Cosas tontas que me joden un huevo.

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Que se me descosa un bolsillo por dentro. Que se me doble una oreja mientras duermo y despertarme por el dolor. Que me entren ganas de cagar justo después de ducharme. Que, mientras me estoy duchando, la cortina mojada se me pegue al culo. Que me quieran vender naranjas en la gasolinera. Esto es muy tonto y me jode mogollón. Sí, inconfundible Chema Madoz. Abrir el grifo, que el chorro caiga sobre una cuchara que está en el fregadero bocarriba, y que el agua me salpique y me ponga como un cristo. Comprar un aguacate para comer hoy, que el tendero me asegure que sí, que está maduro, y que luego resulte que está como un leño. Lo mismo con un mango. No con un plátano, esos me gustan más bien duros. Darme la vuelta en la cama y que se salga la sábana de arriba a la altura de los pies. Si estás durmiendo conmigo y ha sido culpa tuya, me caerás fatal. Que un plato salga medio sucio del lavavajillas o una camiseta de la lavadora con un lamparón. Hacer tortilla en casa ajena y que

Davila 666 "Muy Chistoso"

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Tener veintipocos. No tener miedo a equivocarse ni a quedarse afónico durante la función. Subirse a un tejado con la pandilla a guarachar. Vivir el otoño o la primavera en NY. Seguir fumando y bebiendo como los animales (préstame el fuking lighter, no tengo otro) Parecer antiguo pero ser muy, muy moderno. Andar por la vida con una sudadera o una capucha como única armadura. A mi este vídeo me da un buen rollo infinito. Mi amigo Tony me ilumina, y yo, que soy muy lista para eso, me dejo iluminar. Te lo advierto, corres el riesgo de no poder parar de tararear. No mucho, no creo que a mi padre le guste mucho.

Tortilla de morgaños.

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Juan Carlos y María José son un matrimonio que vive en el techo mi baño desde el mes de mayo pasado. A la vuelta de nuestras vacaciones, comprobamos que su hijo Rubén se había instalado con ellos. Se conoce que se quedó en el paro o algo así, y se vino con sus padres desde el garaje donde malvivía.  Tres son muchos inquilinos para un baño tan pequeño como el nuestro, pero bueno, son una familia maja, no dan qué hacer; y estando ellos allí evitamos visitas más molestas, por eso lo dejamos estar.  Antes de ayer, cuando salía de la ducha, me he crucé con María José y le pregunté por Rubén, que hacía días que no le veía. Me dijo que se había ido con una casada de piernas muy largas, y que, aunque tenían mucho disgusto, pues que qué se le iba a hacer, que los hijos son así y que ya me daré cuenta cuando crezcan los míos.  Esta mañana he visto a Rubén, con la casada de piernas largas. Ha vuelto a casa de sus padres, en el techo de mi baño, y se ha traído a la casada y a dos ara

PATRIA, Salón Erótico, opiniones diversas.

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Habrás visto el vídeo ¿no? Si no lo has visto, ahí lo tienes. Yo lo he visto un par de veces. Porque la primera vez que lo vi, me dio un poco de repelús. Luego, al verlo compartido en redes hasta la saciedad, el repelús se tornó nausea. Y, hale, otra vez hecha un lío porque no soy capaz de generar una opinión verbalizable, yo que soy muy de opinar y muy de verbalizalo todo, hija. Y me dije, ya está, ya estamos, #elfeminismonomedajavivir, jaaa.  Entonces quise quedar con mi amiga la Galicia, que ella en estos casos siempre me resulta esclarecedora y clarividente, valga la redundancia si es que la hay (pero es que es las dos cosas). Pues no pudo ser, porque una quiere quedar a empoderarse y tomar cañas, y luego resulta que tiene que ir a la reunión del colegio de los niños y entregar un informe y no sé qué, y en algún momento tendré que ir yo a la peluquería, y ya no me da tiempo. Así es. El caso es que hoy me he topado con este artículo de Riot and Roll en el muro de facebo

Cosas que quiero para mi cumpleaños.

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Contra el vicio de pedir está la virtud de no dar. Lo demuestran los post de mis anteriores efemérides . Pero a mí me da igual, no cejo en mi empeño y yo sigo pidiendo. Quiero ir a la Tate a ver la exposición de Georgia O´Keeffe, o, venga, al Guggenheim a la de Bourgeois. Si quieres, me llevas a las dos. Quiero una sudadera roja como la de Ellen Page en la peli Hard Candy. Telohedichoya. Quiero volver a la esterilla de Jorge Ru. O que me digas dónde hay otro como él, que me haga doblar el lomo y hartarme de reír. No lo hay. Que empiecen ya mis clases de pandereta. Y que me de tiempo a no perderme ni una y no me pese la conciencia por ir. Quiero escuchar lo que se oye por las calles de Nápoles. Quiero tener en mi casa la peli de Vampiros en la Habana. Me la grabas o como tú veas. Y cambiar los muebles de sitio y pintar la pared. Una amapola en el brazo izquierdo, pero ya, que me hago vieja y luego no mola. Quiero ochocientas canciones grabadas en mi pincho insaciable del

Cosas que he aprendido tocando la pandereta.

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Que el año empieza aquí en septiembre es cosa por todos sabida. Y si no lo sabías, pues ya lo sabes. Por muchas razones que merecen post a parte, el año pasado fue para mí el año de la música. Para empezar porque arrancó con un regalo redondo y casi sorpresa. No ha habido mes que no me haya obsesionado por lo menos con dos canciones, he cantado en la cocina laaargas horas, he cantado con mis hijos en el coche, delante del espejo del baño con el cepillo por micrófono. Me he comprado cds y los he regalado, he vuelto a jugar al juego de "una vez tú y una vez yo", y con más de tres o cuatro personas distintas.  No te digo más que hasta me he iniciado en un instrumento, yo que me tenía por inútil total al respecto... Y no habré aprendido a tocar la pandereta, oye, pero sí unas cuantas cosas que, a continuación, paso a enumerar: Lo difícil que es tocar la pandereta, joder, Que tengo el ritmo en el cuerpo, cosa que debí haber aprendido antes, no en balde soy negr

Yo desnuda gano mucho.

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Y no es broma. Desnuda estoy mejor. Se me ve más lo bueno, y soy tan rotunda y contundente que despisto al adversario .  No hay fronteras de tela, ni trincheras de goma y alambre que marquen pautas que me son ajenas.  Estoy mejor, más holgada, desahogada. Tanto, que mis límites se difuminan y ya no importa si hay algún pelo fuera de su sitio, curvas o accidentes de más. Cada cosa ocupa su lugar, está donde debe estar. No hay más medida que la mía, que no se me da muy bien contar.   Ondeo y resplandezco, el aire en los recodos sienta muy bien. El aire, el sol, el agua, la arena si la hubiere. Los elementos todos juegan a mi favor. Desnuda estoy más contenta, y con eso ganamos todos, te lo digo yo.  Las imágenes, bellas, forman parte de la colección de cuerpos que atesora Jesús Gabán en su Pinterest. 

La Mandrágora

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Nunca fui de escuchar mucho a éste señor, más allá del disco de la Mandrágora que marcó mi infancia. Me gustaba entero, mis padres lo ponían en el coche y en casa, y hasta creo recordar que lo cantaban, en mi casa que no somos muy de cantar. Y se reían, se reían mucho. Y yo me sabía las canciones y me gustaba mucho pronunciar palabras como pérfida, burdo, catastro, gilipollas... que por uno u otro motivo me hacían cosquillas en la boca. Luego, en la adolescencia y primera juventud, volvimos a pronunciar esas palabras y a cantar aquellas canciones, lejos de nuestros padres pero jactándonos de que fueron ellos quienes nos las enseñaron.  Y ayer mismo las volví a escuchar y volvieron a hacerme gracia y a despertarme la admiración que produce el ingenio bien administrado. Y me prendió esta frase: "prefiero caminar con una duda que con un mal axioma", y me pareció que esta canción en concreto se llama Cromosoma pero bien podría llamarse Epitafio, que es una palabra que t

Consideraciones sin importancia de mediados de verano

Puedo vivir sin saber qué es el perreo extremo. El mediterraneo levantino me provoca reacciones encontradas. Sigo confundiendo la o con el cero en los teclados, y la a con el 4 así en general. Una boda es una horterada muy divertida y muy cara. No me gustan los bañadores. Los trikinis tampoco, pero eso ya lo sabes.  Este año hay menos moscas. El polvo que levantan las cosechadoras cuando están cosechando tiene algo de lisérgico.  Me dan mucho coraje los documentales donde les ponen nombre propio a los animales.   Es verano, qué más da. 

La Atalaya y yo.

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Cúantas estaciones perdidas sin venir a verte. Tres estaciones exactamente. Sin olerte el verde, sin sufrirte el gris. Y hoy me recibes con una paleta de sonidos que compensa el amarillo y lo exalta hasta el dorado.  Viento de tomillo en el lado izquierdo de la cara, los últimos rayos cálidos en el derecho. La Atalaya y yo reflejamos una sombra pequeña, vistas desde lejos parecemos un árbol y una mujer cualesquiera. Alguien puso un banco viejo de Caja Rural junto a tu tronco. Es para mí un trono.

100 Days, 100 Nights

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Si me conoces ya lo sabes: soy negra aunque a primera vista no se me note. Si lo hiciera notar más, mejor me iría. Si no me conoces, te lo he dicho ya, eso seguro.  Sé que un día me va a pasar: me voy a levantar sabiendo cantar, y con una depurada técnica vocal. Me va a durar solo un día, pero me lo voy a pasar cantando a voz en grito, por eso tengo que estar preparada y saberme algunas letras, no sea que me pille desprevenida y me acuerde solo de las de Extremoduro, sería una pena. Mira ésta, cómo se lo canta en el ascensor, y cómo le sigue el rollo el colega de la guitarra.  Sígueme el rollo, hombre, que soy negra aunque no suela viajar en ascensorrrr. No tengo ni idea de si le gustará a mi padre, la canción digo, no que sea negra, que es de los que no lo saben.  Digo yo que sí, que ésto le gusta a todo el mundo ¿no?

Esta mañana me he encontrado conmigo.

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Me gustaba ese coche. Esta mañana me he encontrado conmigo. Ha sido al bajar del autobús, en la misma calle había un atasco, y en el atasco un coche. En el coche, ahí estaba yo. Tronaba una música macarra y emocionante. Aunque ya no fumo, iba fumando un cigarro con la ventana bajada, nunca me gustó apestar el coche. Atenta al atasco pero abstraída en mis pensamientos estaba. Se ha abierto el semáforo y el tráfico ha avanzado, aquella que fui ha continuado su ruta hacia el polígono donde trabaja, ésta que soy se queda en la misma calle. Es hoy.

Criandomonstruos, La Quiles y La madre que nos parió.

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Éste será mi primer post como madre. No, no te líes, que hace ya más de 5 años que lo soy. Pero éste será mi primer post como madre. Resulta que hay una pintamonas bien maja que se llama Cristina Quiles, puedes ver sus asuntos aquí . Pues hace unas semanas me topé con esta viñeta que me hizo mucha gracia. La compartí en mis redes, pero se me quedó revoloteando por encima de la cabeza. Hay a quién la maternidad le deja como estaba, pero mejorada. Hay a quién le sobreviene un tsunami. Y a quién tiene taras de serie, se las deja en carne viva. Y todo esto no tiene que ver con las criaturas, eh, es sólo cosa de una, Ni siquiera el inseminador tiene que ver con el asunto.  Luego las circunstancias son las circunstancias, claro, y nada es tan grave, es solo la vida. El caso es que a muchas les da por las mandangas new age, y las que tenemos querencia por los cursos y cursillos así en general, claro, estamos perdidas. Otras hacen punto o cosen como locas, se flipan con el po

Cardo borriquero.

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Te regalé un ramo de cardos frescos.  Los dejaste secar.  Ahora pinchan una barbaridad.  ¿Fue mía la culpa por comprarte cardos en lugar de rosas apestosas? ¿Culpa tuya por dejarlos secar? ¿Mejor no quitar el agua hasta verlos podridos, haberlos tirado antes de que empezaran a pinchar?

Nothing Compares 2 U

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Ésta pobre, aquí la tienes, tiernecita y lánguida como ella sola, aguantando el tirón del primer plano. Cualquier día nos da un disgusto. A que no te suena ninguna canción suya más, eh. Pero ésta sí, mucho. A mí me recuerda a la primera vez que fui a rehabilitación, cuando me riñeron por una cosa de la que no tengo la culpa y me hicieron una amenaza que todavía no se ha cumplido. A mi padre no sé si le gusta. Creo que le resultará anodina. Igual tiene razón.

Lo peor de los domingos

Tener que conducir largas horas y el fútbol en la radio. Haber  olvidado lavar los babis y que no de tiempo a que se sequen.  La resaca de baja intensidad. O la resaca de la muerte. Tener que madrugar y no tener sueño porque te pasaste con la siesta. Haber pasado el fin de semana limpiando y no acabar de ver la casa limpia.      Deshacer maletas.  La mierrrrda que echan por la tele y el programa de los toros en la radio.  Haber trabajado el sábado y que el fin de semana resulte raquítico.  Tener que volver. O tenerte que ir.  No tener novio con el que pasear o ir al cine. Lo peor de los domingos es que van antes que los lunes. 

Echar de menos, algunas consideraciones sin importancia.

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Es sin H, es un hecho, que eso sí es con H. Se puede echar de menos a alguien que tienes sentado al lado. Eso es casi seguro. De lo que no estoy tan segura es de si, cuando echas de menos a alguien, echas de menos a alguien o echas de menos algo. No me explico ¿verdad? Veamos, lo intento de nuevo: ¿Se echa de menos a la persona, o a lo que te pasa cuando esa persona está contigo? Respondiendo a esta pregunta quedaría esclarecido el punto numero dos de estas consideraciones, si es que estas consideraciones estuvieran numeradas. Es, como casi todo, una cuestión de reacciones químicas, volátiles como ellas solas. En ese caso no echamos de menos a nadie que no seamos nosotros mismos sometidos a qué sé yo qué proceso químico del demonio. Ahora parece que lo que echo de menos es hacer silogismos, que siempre me dieron un poco de pereza pero también mucho gustito. ¿Se puede echar de menos algo que ya no tienes/haces/eres y que en su día no te gustaba? Me parece que sí, so

Vasos vacios

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Me gustaba mucho esta canción, sobre todo cantarla. Es que nos salía muy bien, joder. Debimos montar una banda, o por lo menos no dejar de cantar. "Siempre te entiendo" era mi frase preferida. Pse, le gustaría, puede que sí.

Veneno en la Piel

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Me acuerdo de mi amiga S. Calleja con su walkman y esta cinta recién estrenada, aquél tórrido junio de 7º de EGB, cuando nos echamos desodorante por primera vez porque su madre le dijo que olía a choto. Y cuando nos depilamos las piernas con crema depilatoria que olía a rayos para ir a la piscina de Samoa, y nos armamos un cristo bendito porque esa mierda no era buen invento, no señor. Ella llevaba dos cintas en el walkman: ésta de Radio Futura y una de Enya que sonó hasta reventar. Ninguna de las dos me gustaba especialmente, ya ves, yo quemé una de Cecilia que su madre, la madre de S. Calleja, no la de Cecilia, me regaló por mi cumple. Esa sí me gustaba, la de Cecilia, la pobre, que murió atropellada por un carro en Tordesillas y ya solo por eso me parecía como de la familia. Me sigue gustando, eh. Un par de años más tarde, o tres, no sé, también en junio, fui a la expo de Sevilla con una excursión loquísima que varias veces estuvo a punto de desembocar en tragedia... Me lib

La hora crítica

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He comprobado que la hora buena de comer son las 12:30 del medio día. No para mí, sino para cualquier humano que amanezca a una hora entre las 6:30 y las 8:30 y desayune un café con leche y algo para untar o similar.  Y si no se come al rededor de esa hora, al llegar las 14:30 uno se convierte en un monstruo y ya no hay solución.  Como cuando te va a bajar la regla o está la luna llena al caer, entras en furia y puede ser que tardes mucho en reconocer por qué. A lo peor, para cuando repares, el desastre será ya irremediable: te habrás peleado con todo el mundo, le habrás arruinado el día a tus congéneres o habrás tomado una decisión drástica sin necesidad. Y todo por la puta glucosa. Así que, por el amor de dios, almuercen o, al menos, tómense un café.

Amores de ascensor.

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A veces el amor dura lo mismo que un viaje en ascensor del bajo al tercero. O sea, toda la vida. 

Casi todo el rato, la vida.

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No sé, a veces la vida es una frutería de barrio un martes de primeros marzo a las 19:45. La frutera, joven y peinada de peluquería, se afana en limpiar el espejo ese oblicuo que tienen las fruterías de toda la vida. Como es marzo, ya se van notando los días, pero como la tarde está de lluvia, pues es todo bastante gris.  Por eso se respira un aire preñado de anticipos y de finales a un tiempo. Es de día, pero ya es de noche; ya no es invierno pero todavía no es primavera. Tarde para casi todo, demasiado pronto para nada. No son horas de que esa mujer joven esté allí sola trabajando, pero tiene la tienda que da gloria verla, a lo mejor está donde quiere estar, o nadie se lo ha preguntado. Igual la vida es eso y ya está. Otros días no se conforma una con nada, joder. En cualquier caso, se ha abierto el semáforo y yo meto primera. Si ese no es mi barrio, qué más da. A mi padre la canción le gusta, claro, pero más la de Bob.

Camisetas ayer, trapos mañana III

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A mi madre no le gustaba ir de compras, así que, un día, en los albores de mi adolescencia, me dio dos mil pesetas y me dejó ir de compras con mi amiga. Qué horror. A esa edad, en las tiendas, sin madre, no te hacen caso, eso es así.  A mi madre sigue sin gustarle, pero ahora que la madre soy yo, en las tiendas ya no se estila hacer caso ni a las señoras.  Aquél día me compré una falda y una camiseta, no me dio pa más, hija.  El look resultante me marcó hasta día de hoy:  falda muy corta y pegada, camiseta holgada.  La falda era elástica y de color beige. Y la camiseta, maravillosa. No le corté el cuello porque todavía no tenía costumbre y, además, no le hacía falta. Era de rayas finitas (finitas de delgadas, no de sin fin) horizontales; los colores naranjas, marrones, rojos, mostaza, amarillos: como si cruzases los colores del jersey de Epi con los del de Blas. En horizontal.  Las rayas de las camisetas, siempre en horizontal. Posiblemente aquella camiseta fue l

Nos vimos en Berlin

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Ya, que igual te parece que no hay quién lo aguante, pero lo que me gustaba... Menos mal que soy de gustos permeables y hago a casi todo. Nooo, a mi padre no le gusta, no.

Camisetas ayer, trapos mañana II

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Tenía 20 años y muy poca vergüenza. También poco criterio y escaso saber estar. De alguna de estas cosas he criado, de otras no. Ni os imagináis los sitios a los que osé ir con esta camiseta puesta. No sé cómo nadie me echó el alto o me explicó cuatro cosas. Hubo un lugar en particular que, cada vez que me acuerdo, no sé si reír o morir de vergüenza ajena (porque tener vergüenza de la que una fue y ya no es ¿es tener vergüenza ajena, o propia?, qué se yo) De S.A. me gustaban muchas canciones, sí. Algunas me siguen gustando. La verdad es que de la mayoría no era capaz de entender la letra, y otras me ponían los pelos como escarpias. Pero la camiseta me gustaba toda ella.  La heredé de mi novio el vasco, claro.  Las camisetas heredadas siempre gustan más. Era gris, pero antes de llegar a mí fue negra. La serigrafía era de las buenas, buenas, de las que ni se cuartean ni nada, porque, aunque cuando la camiseta llegó a mí ya estaba roñosa, el logo permanecía intacto. El cu

Camisetas ayer, trapos mañana I

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A veces, entre los periodistas, se pone de moda una palabra. Estos días, con el circo del congreso, usan mucho "bronco".  Y yo no puedo más que acordarme de la que fue mi camiseta preferida durante mucho tiempo. Era de color gris desteñido. En la espalda (me gustan especialmente las prendas con cosas en la espalda) rezaba: "el ejército zapatista despertó al México bronco"; y por delante el retrato de Emiliano Zapata que, sobre mi barriga de señor, cobraba dimensión. Bajo el careto del revolucionario bigotudo: "viva México, cabrones", cómo no. Era genial. Me la regalaron por mi cumple. Y me gustaba mucho. 

Asquerosas.

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Qué delgada es la línea que distingue a una criatura adorable de un bicho asqueroso. No tardarán en volver, y este año no me veo capaz de soportarlo.  Lo sé, las envía Lucifer cada mes de mayo para destrozarme los nervios, lo veo regodearse en su averno mientras yo me tiro de los pelos, el se ríe, ellas rascan con sus patitas todo lo que encuentran a su paso, y yo, de verdad, me desespero. Luis Sacafati, siniestrito como el solo. Aparecerá la primera, una noche cualquiera en que el riego del maizal esté a punto de arrancar. Se moverá despacio, a ras de rodapie, con esas patas repulsivas que, como haciendo alarde, a simple vista muestran todos sus pliegues y articulaciones. Y mientras la vea, gorda, brillante y repugnante, me volverán las dudas: es muy grande ¿habrá nacido aquí?, en tal caso ¿dónde están sus putas hermanas?. Si entró de fuera ¿por dónde?, ¿será la primera, seguro?, ¿cuánto tiempo llevas aquí, asquerosa?, ¡fuera de mi casa!, ¡asquerosas!, ¡asquerosas!, ¡

Bambino, por siempre.

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No me digáis que no es un exceso, un temazo de todos los tiempos, con una interpretación soberbia que una quisiera imitar desde las entrañas.  Casi dan ganas de tener desengaños para llorarlos con Bambino, de llevar una vida de tormento y anfetaminas por los burdeles del Madrid de mediados del siglo pasado. Yo me lo pongo mucho para cocinar, pero sin abusar que luego se me agria el caldo. (A mi padre no le gusta, pero está dispuesto a asumir que es un grande, eso sí.)

Miley Cyrus se canta "Jolene"

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Una de las cosas buenas de la música es que, si te dejas, te quita los prejuicios y las chorradas de un viaje en el estómago. Sí, es Hannah Montana, la cantaba Dolly Parton y suena medio country medio no se qué. Pero, chica, me la topé hace una par de semanas y desde entonces me la pongo vuelta y vuelta (en bucle, como se estila decir ahora).  Pues no se si le gustaría a mi padre, digo yo que sí.

La Leona

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Hay librerías de nuevo y librerías de viejo. Y librerías con encanto donde pasan muchas cosas. Ésta de la que hablo es dos de las tres, y yo ya estoy deseando volver.  Volver y que La Leona me enroje la estufa, con una tacita de agua encima para que no me duela la cabeza; contar y que me cuenten cuentos y cosas, o que me canten o lo que sea. Y, sobre todo, darle a la pandereta hasta que se me olvide contar los golpes, mientras la vista se me pierde entre lomos manoseados que invitan a hincarles el diente. Libros con muchas vidas: las que cuentan y las que los han contado. Y que se me pongan los pelos de punta mientras oigo a la librera entonar cantes viejos, y se me vuelva la piel del revés. Luego nos vamos de cañas, y yo me río mucho, muchísimo, mientras ella, La Leona incombustible, La Leona libre, echa chispas por los ojos y rezunga por todo: por lo mal que está el negocio de nuevo, por los piratas y los corsarios, sobre todo por los corsarios; por los putos grupos de coro

Pilas alcalinas y corazones rotos.

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No son muchas las personas capaces de romperte en corazón por dos veces. Yo conocí una, y no fue solo mi corazón el que rompió por dos veces, fueron muchos los corazones tocados, heridos, rotos por dos veces. Algunos nunca se recuperaron. El mío sí, porque para mi fue solo un rasguño del que hoy queda más bien sombra que cicatriz.  Pero me acuerdo muchas veces. Fue trepidante conocerle. Vivió a trompicones y de un trompicón se mató.  La primera vez que rompió corazones fue la más dolorosa, porque lo hizo con un desgarrón lento que se prolongó mucho, mucho en el tiempo. A ratos dejaba de tirar y, de repente, otro tirón y de nuevo a escocer y a doler fuerte el corazón. La segunda fue perpetua y duradera, algunos no se recuperaron nunca. Hoy me he topado con una foto tuya. Se te veían las tripas por las ranuras de los ojos, majo. Eras excesivo en todo, y todo el mundo te quería.  Vi llorar a tíos recios y grandes como castillos cuando golpeaste por primera vez, que

Mi carrera como actriz. Capítulo II

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Luego de varios papeles más o menos importantes en las fiestas de guardar del cole, siempre con rotundo éxito de público (entre el que rara vez se encontraban mis padres, pobres, los horarios les venían fatal), me lancé a la dramaturgia.  Fue séptimo de EGB cuando, durante la función de Navidad del colegio, estrené la primera obra escrita, co-dirigida y, por supuesto, co-protagonizada por mí:  Terror en el convento , una comedia de acción trepidante en la que las chicas de la clase encarnábamos a unas monjas que se enfrentaban con arrojo a la banda de atracadores que irrumpía en su convento la noche antes de Navidad.  Como era un colegio laico (de los de verdad, exento de crucifijos y con poca ostia) y la mayoría de los niños éramos hijos de familias ateas recalcitrantes, vernos vestidas de monjas provocó mucha risa y un poco de grima también.  La función fue un éxito rotundo, todos lo pasamos muy bien y en esta ocasión no me dormí ni se me aflojó el vientre en escena a pes

Toda la verdad sobre mi carrera como actriz. Capítulo I

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Cursaba 2 de parvulitos cuando debuté. La obra era un clásico infantil, así muy didáctico, para aprender muchas cosas mientras lo pasas bien y eso. El argumento, sencillo pero contundente: una semilla que, tras recibir las bendiciones del agua y el sol, crece y se convierte en planta.  Yo no era protagonista, pero sí tenía un papelón: la nube. M i turno llegaba cuando el narrador decía:"y llovió". Yo era la única nube, así que debía permanecer atenta. Y lo estaba, mucho, pero también muy nerviosa. Ya desde niña, cuando me pongo tensa mi fisiología reacciona exageradamente: o me duermo o me cago, eso es así.  Aquél día los nervios me traicionaron y me quedé dormida en un rincón del escenario, y cuando el narrador pronunció las palabras que marcaban mi aparición estelar, nada sucedió. "Y llovió. Y ¡llovió! ¡¡¡Llovió!!!". Pero, nada, yo no llovía, por suerte tampoco tronaba, porque estaba profundamente dormida en un rincón del inmenso escenario.  No sé en

Se ha muerto Bowie.

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Él se muere y nosotros nos hacemos un poco más viejos. Conste, en primer lugar, que no todo lo suyo me gusta, de hecho hay cosas que me horrorizan e, incluso, me sacan de quicio. Pero ésta canción me gusta mucho, ya me gustaba antes de saber que me gustaba. Fue la que me hizo entender que mis mayores también eran personas sensibles, y que tuvieron juventud. Ya se, parece una obviedad, pero cuando se es niño resulta todo un descubrimiento. También me recuerda a Coque y a Zapa en aquellas sesiones donde apurábamos los licores de los mueblebares de nuestras familias, y poníamos a prueba la paciencia de los vecinos y las cuerdas de nuestras guitarras. No puedo olvidar el viaje a Holanda con Henar, en particular la experiencia mística que vivimos en lo alto del pirulo de Rotterdam (la Space Tower del Euromast). Estábamos cansadas, muertas de hambre y empapadas hasta los huesos, pero hasta los huesos de verdad. Como también teníamos muchísimo frío, nos subimos al pirulo porque

Propósitos, para qué.

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Hoy que el día es tan corto y la noche tan larga, es una suerte andar en la carretera con esta luz. Poner tierra de por medio y hacer parada en esa cuneta que cada diciembre me recibe para celebrar mi particular ceremonia de fin de año. En este lugar donde me encuentro se produce un pliegue: atrás queda el Cerrato, y Tierra de Campos se derrama como una balsa a mis pies; al fondo la promesa de la montaña helada a la que hoy no habré de llegar.  Así que, desde este punto y en este momento, no puedo por menos que hacerme yo también algunos propósitos. No parecen grandes cosas, ya se, más que propósitos son un rosario de hitos que me acompañen en el tránsito solar este en que andamos metidos. Si los quieres, pues para ti son también: Que la primavera trine. Que el verano complazca. Que el otoño despoje. Que el invierno repare. Y mientras esto permanezca, sea como fuere, qué más da lo demás.