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Mostrando entradas de 2012

Que soy muy zurda coño.

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A pesar de lo difícil de atarme lazadas en los cordones de los zapatos, de no poder abrir latas ni cortar con las tijeras sin molerme los dedos. A pesar de que aprender a poner las letras en su sitio fue un infierno de incomprensión del que ya no me acuerdo. A pesar de que los ejes cronológicos de la Pepa fueran un martirio, y abscisas y ordenadas ni te cuento. Y, ay, las putas mesas de paleta. A pesar de que los pelapatatas y los cuchillos de sierra no están hechos para mí. A pesar de ponerme perdida de tinta o de tiza cuando escribo. A pesar de no poder jugar a bádminton sin hacer una cosa rarísima. A pesar de que sacarme el carné de conducir me costó medio millón de pesetas, de las de entonces, se dice pronto. A pesar de verme obligada a comer siempre al lado de mi cuñada, y de no poder usar cuadernos de espiral. A pesar de que nadie me sepa enseñar a hacer punto, ni ganchillo, ni caligrafía con plumilla, con lo que me gusta, joder. A pesar de no poder disfrutar de los dibu

Promesas de vida adulta

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La estantería ya no es la misma, ni dios que lo fundó. Muchos trasiegos y algún trajín han sufrido esos libros. Tampoco están todos: perdidos, robados, prestados, colocados... No se cuántas veces recorrí esos lomos con el dedito. Los lomos de ESA colección en particular. El dedo, tierno primero, adolescente después. Unas veces me detuve en el título, otras en el autor. A menudo sacaba uno al azar. Por dentro parecían casi iguales: el mismo papel amarillo que olía a polvo así, sin siquiera arrimar la nariz; la tipografía pesada, esas páginas sin aire. Sin restricciones, los caté todos. Estaban a mi alcance, no era algo de lo que me quisieran proteger, tampoco a lo que me quisieran exponer. Pero allí estaban, en un estante no muy alto ni tampoco muy bajo. Jugué a leer en voz alta enigmáticas palabras, párrafos tan bien sonantes como incomprensibles; acompañé a polvorientos personajes por los pasillos del drama y la tragedia, a ellos no les importaba que yo fuera pequeña, me entregaban su
Entras al baño del bar. Directo al lavabo. Te mojas las manos, te das jabón y zas, justo en ese instante se apaga la luz. Vuelco al corazón es mucho decir, un pequeño sobresalto, mediano en todo caso. La oscuridad es total, no sabes qué hacer con las manos. Pero, espera un poco, se ve el piloto rojo que señala el interruptor... Es de esos sin tecla, da cosa tocarlo con las manos mojadas, no le vas a dar. Además, tampoco está tan oscuro, se cuela luz por la rendija de la puerta, o tal vez se te acostumbró la vista. Y el jabón huele muy bien. El agua está fresca, no helada, es agradable. Se oye la música pero no el jaleo del bar. Ahora se corta el chorro del grifo, es de esos, por ahorrar. Tienes las manos llenas de espuma, pero esperas antes de volver a pulsar el grifo. Esperas. Respiras hondo. Se ha parado el tiempo. Ya no está oscuro, ves los detalles de los azulejos, no son feos. Miras al espejo, ves a tu alrededor, no te miras. Todo está bastante limpio. El aire también. Vuelv

Friendchip

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Nothing changes nothing changes... Todo cambia, todo o casi todo. No cambia ese escalofrío en un lugar indefinido de la columna vertebral que te endereza y te corrige la postura. Es como un calambre alimentado por la penumbra de los bares que, de pronto, te hace sentir lista, chispeante, divertida, magnética. Eso no cambia. A dios gracias, y aunque ya no me acordaba, aun me hacen reír, aun les hago reír yo a ellas. Todavía somos capaces de putearnos hasta el borde, justo hasta el borde, exactamente entre la carcajada y la cabronada. No cambia ese gusto por jugar a las cuatro esquinas, adoptando cada una nuestro papel para que las otras se acomoden en el suyo y que así la partida sea divertida. Ninguna haría esfuerzos por una reunión complaciente, banal sí, complaciente nunca. Hay que verse más, es bueno para mi higiene postural, compensa mi postura cargada de hombros de diario.  

Respeto, eso pasa poco ahora.

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No sé qué tiempos son estos que corren. A ratos es todo tan desolador... Y a ratos todo parece tan de mentira. De modo que hoy, solo me merecen respeto los revolucionarios aferrados a sus ideales que no cejan en su empeño y los emprendedores abrazados a su ilusión que tampoco se rinden ni se dejan avasallar. En ambos hay algo que me chirría, pero creo que es envidia, de la cochina, no de la otra que tengo comprobado que no existe. No es que el resto merezcamos la muerte, no hombre no; pero sí encontrarnos cada mañana con un grumo de desesperanza que, como nata en leche fría, da un asco que te cagas y te jode el último trago del primer café. Así que, si tienes trabajo, sigue, sigue dándole vueltas al coco: huelga sí huelga no. Y si no lo tienes sigue, sigue pensando en qué harías si tuvieras lo que hay que tener, sea eso lo que sea (huevos, pasta...)

Aviones de papel.

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Existen algunas razones de peso por las que, hoy por hoy, no puedo ser moderna: No me gusta la canela, al menos no a diestro y siniestro. La blonda, pa apoyar los pasteles los domingos, poco más. La palabra bonitismo no existe y me da por saco, aun gustándome mucho las cosas bonitas. Con guapérrimo/a me pasa exactamente igual. El colorcito menta ese... mmm; y las guirnaldas de banderines por todas partes, no. Son elementos que, o manejas con destreza o corres el peligro de quedarte en na. No termino de discernir entre lo viejuno y lo vintage, no termino. Y, además, no tengo tiempo. Por estas y otras razones he llegado a la conclusión de que no puedo ser moderna. Aun así seguiré intentándolo con ahinco y, como dice Provinciana , amenazo con volver a lanzar avioncitos de papel desde esta ventana. Porque me mola, porque me lo paso bien, porque pa ir a misa y al baile no me hace falta nadie.  Advierto, eso sí, que estoy desentrenada; así que si te doy en un ojo, el que avi