La Atalaya y yo.


Cúantas estaciones perdidas sin venir a verte.
Tres estaciones exactamente. Sin olerte el verde, sin sufrirte el gris. Y hoy me recibes con una paleta de sonidos que compensa el amarillo y lo exalta hasta el dorado. 
Viento de tomillo en el lado izquierdo de la cara, los últimos rayos cálidos en el derecho.
La Atalaya y yo reflejamos una sombra pequeña, vistas desde lejos parecemos un árbol y una mujer cualesquiera. Alguien puso un banco viejo de Caja Rural junto a tu tronco. Es para mí un trono.

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