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Mostrando entradas de junio, 2014

Noche de San Juan III. El tiempo de las luciérnagas.

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La mañana de San Juan amanecía extrañamente temprano, por lo demás como cualquier otra. La promesa del verano ya era realidad, y el soniquete de la radio en la cocina, y nada más. Seguramente era día de mercado, y todos estaban fuera mientras mi abuela aderezaba con vinagre algún guiso. Ruido de cacharros, y nada más. En la calle el claxon estridente de algún vendedor ambulante. Los perros ladrando inagotables, y nada más. Nada que hacer, otro largo día por delante. No se qué hora es, pero es hora de levantarme. Después de desayunar, leche templada con galletas maría, y lavarme la cara así un poco por encima, comenzaba mi deambular matutino por la casa. Abrir algún cajón y remover viejos papeles amarillos, fotos, cartas, facturas, papel, papel, papel testigo... o esos otros cajones de largo infinito en  la máquina de coser ; fisgar entre la ropa con olor a naftalina, los armarios del baño repletos de frasquitos sin nombre, cuchillas, rulos, ungüentos, gamuzas delicadas y artil

Un día cualquiera, un rey.

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La promesa del verano está a punto de convertirse en losa. No se por qué lo ansiamos tanto. Fuera hoy están coronando un rey, todos andan muy entretenidos, yo no me entretengo con nada. El rey y el mar. Heinz Janisch  Esta mañana alguien vino a refrescarme la memoria adolescente, esa que de no usar tengo entumecida. Será la pieza que le está faltando a este puzzle. Entre las caracolas y las conchas, una calavera desgastada por el mar. Ese polvo que acumulan las guitarras por debajo de las cuerdas da cuenta de los jardines abandonados y las horas vendidas al sofá. El pequeño rey de las flores. Kuêta Pacovská Tic, tac, tic, tac, tic, tac. Tic, tac, tic, tac, tic, tac.

Noche de San Juan II. Jaula de grillos.

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Hoy no sabría dónde comprar una jaula para un grillo, ¿en una ferretería?, ¿en un chino?... es que ahora ya casi todo se compra en los chinos, antes todo a 100. En casa de mis abuelos siempre hubo jaulas de grillo. Digo de grillo porque solo se metía uno, el que mi abuelo guardaba bajo la boina  cada final de primavera, días antes de la noche de San Juan. Había dos clases de jaulas: una viejísima de madera y alambres oxidados, y otra de plástico bicolor. Bueno, en realidad eran tres las clases de jaula, porque mi tía Lamonja aseguraba que ella de niña las fabricaba con juncos; pero ya no era niña, ni había juncos porque el regato bajaba seco.  Mira, hoy el regato vuelve a traer agua, tal vez crezcan juncos de nuevo. Pero mi abuelo ya no está para cazar los grillos, y mi padre, que es ahora el abuelo, no lleva boina. No se. El caso es que, para guardar al grillo que atrapaba mi abuelo cada final de primavera, días antes de la noche de San Juan, se usaba siempre la segunda,

Noche de San Juan I

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Mi abuelo gastaba boina, ya sabéis, en invierno para protegerse del frío y en verano para resguardarse del sol, siempre la misma boina. Pero mediada la primavera, la boina cobraba otra función. Mi abuelo me cogía de la mano, mi mano pequeña en su mano grande, no muy grande. Dábamos un paseo hasta la era, al caer la tarde. La exuberancia de las cuentas en esa época contrasta con la vegetación rapada de las eras. Esas tardes, como otras, se oía pasar algún coche. Los ladridos metálicos de los perros domésticos en las naves, ya preparadas para recibir la inminente cosecha. Y los grillos. Siempre los grillos. Sin descanso los grillos. Ensordecedores los grillos. Ya en la era, mi abuelo me soltaba y, con los brazos relajados, cruzaba sus manos por detrás, al final de la espalda. Ese gesto siempre me pareció sereno, como de gente buena que camina segura por la vida. Mil veces traté de imitarselo a mi primo, que tan bien se le daba. Pero yo no soy serena, qué va, no estoy cómo