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Mostrando entradas de marzo, 2010

Miedo III

Se hace uno pequeño ante la enormidad ¿eh?

Otros miedos

Prometimos tercera parte de la serie "miedos", pero hacemos un inciso y nos asomamos a las ventanas de los vecinos. Descubrimos otros ángulos de la misma realidad: cómo se manejan los miedos colectivos, que también son una bestia muy útil. Una bestia que es pertinente alimentar, azuzar o mantener apaciguada según requiera la circunstancia. Otra clase de miedo, ésta al servicio del poderoso, sea quién sea. Tendrá que ver también con la biología; los coachers, todologos o nuevos gurús, saben de eso, yo no. El Sr Cordero, viejo desconocido de mamaquierosemoderna, opina esto de una cacareadísima campaña de márketing new age o perrofláutico como el lo denomina. A mí me ha gustado leerlo (he de reconocer que, sobre todo, por el destello lingüístico de redescubrir el significado de un giro para mí gastado) Así que invito a las Provincianas a leerle, que nada les gusta más que comentar una macrocampaña. Y, de paso, te pico otro poco a Satratustra, para que pases por aquí y te pronun

Miedo II

Cuando era pequeña mi madre podía con todo, y si ella no estaba en casa mi padre hacía las veces. Cuando nació mi hermana, con su diminuta mano me quitó muchos miedos. Y si faltaban los tres, mi abuelo le ponía nombre a los malos y entonces se volvían ridículos. Una de las cosas a las que más miedo tuve siempre fue a que se me apareciera la virgen. Puede que sea porque el primer día que me pusieron gafotas vi una película en blanco y negro de unos niños que se la encontraban en un cueva, y entre lo borroso y el dolor de cabeza lo pasé fatal. O tal vez por culpa de una señora de ojos gordos con el pelo super cardado que, por aquél entonces, salía mucho por la tele. El caso es que una noche, sin mi padre ni mi madre ni mi hermana, en una casa muy larga que hoy no existe, intenté rezar. No me sabía ningún rezo oficial, pero intuí que tenía que rimar. Rezaba para que la virgen no se me apareciera. A mi mente acudían imágenes de viejas con los ojos en blanco, y unos niños de un pueblo que s

Miedo

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¿Alguna vez atravesamos una edad en la que no tuvimos miedo? Yo no me acuerdo, pero sí se que alguna vez estuve segura de que los adultos no tienen miedo. Ahora compruebo que, si no se me ha pasado ya, puede que nunca se pase. No hablo de miedecitos, no, hablo de ese MIEDO que da calambre, que hace que se te aflojen las extremidades y te entre por las tripas una cosa que se parece al vértigo. Luego, cuando amaina, el cuerpo se queda como si tuvieras ardor de estómago en los músculos. Es ese miedo que tenemos de pequeños, ese que alguna vez pensé que desaparecería para siempre. Sí, ya se, todas esas sensaciones se deben a una descarga de qué se yo que sustancia, que es una herencia animal para salvarnos del depredador, pero da miedo igual. Aguarda agazapado esperando un bofetón de realidad que lo despierte. Porque ese miedo no se despierta con peliculitas, ni con sustos ni historietas: es una bestia que se alimenta de realidad.