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Mostrando entradas de febrero, 2010

Concierto del desconcierto, o lo que es la ignorancia.

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Cuanto más intrascendentes son las lecturas que se eligen para el autobús, más fácil es que uno se transmute en uno de sus personajes sin darse cuenta. Eso me sucedió el jueves. Volver a pasar tiempo, mucho tiempo en el coche es volver a pasar tiempo, mucho tiempo al amor de la radio. Esto hace que una se interese por cosas de lo más variopintas. Anunciaban una conferencia que, por motivos que no vienen al caso, me pareció apetecible; así que al salir del trabajo, en vez de coger el bus, corrí al salón de actos en el que entendí que se celebraba el evento en cuestión. Como llegaba tarde, me precipité por las escaleras viendo de refilón el cartel que anunciaba el programa: conferencia fue la única palabra que acerté a leer, suficiente, ese debía ser el sitio. Pagué sin rechistar los 3 eurazos y, con el programa en mano, me dejé guiar por una señorita a la sala procurando no hacer ruido y no molestar a los ponentes. Una vez sentada en mi butaca me sorprendió ver un enorme piano en el esc

Alimentando a la musa.

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OSTRAS Comíamos ostras, pequeñas ostras dulces y azules; doce ojos me observaban, inundados de tabasco y limón. Yo temía comer ese manjar paterno, mi padre sonreía bebiendo su martini claro como las lágrimas. Era una medicina muy suave que llegaba del mar hasta mis labios, gruesa y húmeda. Entonces la tragué, bajó como un enorme pastel de gelatina. Entonces la comí a la una, a las dos y entonces sonreí, y entonces todos reímos. Dejadme decir algo: hubo una muerte, la de mi infancia allí, en la Casa de las Ostras, porque yo tenía quince años y estaba comiendo ostras. La niña que yo era fue vencida y ganó la mujer. Anne Sexton