Una mañana de invierno cualquiera

Suena el despertador, uno que no es mio, y sueña mi mal humor, ese sí es mío.
Yo me despierto con su despertador y él con mi mal humor. Mala combinación, sí señor.
Las prisas y el sueño son siempre las mismas, es que no aprendo. Qué más me dará levantarme cuarto de hora antes.

Me sobran 5 minutos, me despido sin prisa y así es mejor, los besos son más ricos y me da tiempo a dar los buenos días de verdad a las señoras que me encuentro. Tan amables, con las que me prodigo tan poco.

Llega el turno de la administración. Voy con miedo y sin mi boli de Bob Esponja, el talismán para la ocasión. Me llevo una sorpresa porque encuentro un fantasma de otro tiempo tras el mostrador. Muy guapo, por cierto, eso de que la mala vida hace estragos es mentira, ya lo ves.
No me atiende el fantasma, es más, procuro que no me vea, no sea que se me note a mi la buena vida. Cruzo los dedos para que no me toque su mostrador. Me atiende una señora bastante correcta que no me soluciona nada pero soporta estoicamente mis improperios. Pido disculpas por mi mala educación, ella se compadece y me facilita una gestión. Tengo encanto, pero he de dominar mi mal humor.

Me siguen sobrando 5 minutos, me tomo un café rápido y malo en un sitio que no huele del todo bien. En la barra hay otro fantasma, a éste la mala vida no le ha sentado tan bien. Recibo un mensaje que me hace reír mucho y en el que me convidan a tortilla, pero ya no me da tiempo a ir. la risa me la llevo por delante.

Llego al bosque donde trabajo por unos días y, como siempre, me reciben con alegría. Qué suerte la mía, joder. Me lo paso muy bien y suceden cosas curiosas:
Una visita disparatada hace justicia cósmica con un ramo de flores de goma eva. Cualquier día contaremos esta historia una de las dos, la visita o yo.
Hago mi venta cristiana anual. Sí, tengo unos clientes que me son super fieles porque me consideran pía y devota. Yo sonrío mucho, les vendo unos libros preciosos y ellos se dejan. Me alegro por sus nietos, y me da mucha, mucha risa. Segunda vez en el día que me vuelvo a reír con ganas, qué bien.
Luego atiendo a una señora un poco petarda y, cuando estoy a punto de mandarla al carajo educadamente porque me porfía sin razón, una visita medio esperada irrumpe como una ráfaga para darme un beso y un abrazo que me deja como un reloj. Un rayo de sol de invierno que me pone tibia por dentro para un rato bien largo. 
Viene una familia de estirados, todos juntos y, mientras mi compañera les atiende exquisitamente, ellos deciden su menú de navidad. Cuando se van despotricamos y nos tomamos un café, esta vez muy rico, por cierto.
Vemos la caja, muy bien, ha sido buena mañana en los dineros también.

Salgo a la calle, ya no me sobran 5 minutos y tengo que ser tres o cuatro personajes más antes de que caiga la noche, y eso que cae pronto la noche en el invierno de este meridiano.
No sé cómo será el saldo al final del día, pero la cuenta de antes de comer me sale muy bien.

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