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Mostrando entradas de febrero, 2013

Abriendo puertas.

Al parecer por la misma puerta que se entra, se sale. Y cuando esa puerta se abre, para cualquiera de las dos cosas, sopla una corriente salvaje. Nos esperan al cruzar esa puerta, al entrar y supongo que también al salir. Y mucho dejamos atrás al salir, quién sabe si también al entrar. Pero un umbral que se franquea no es un muro inexpugnable, no lo es, y una vez que nos exponemos a la corriente tan de cerca no volvemos a ser las mismas. Quedamos marcadas con la certeza de que hay algo al otro lado. Una certeza que va más allá de credos y cuentos chinos, se puede tocar, se nos queda pegada en el pellejo, huele, sabe a hierro como la sangre y la tierra fértil. Nacemos, morimos; alumbramos, nos despedimos. No se qué sucede cuando es una misma la que entra o sale, no me acuerdo ni me quisiera acordar ahora mismo. Pero cuando es carne de tu carne quién entra o sale, se está muy cerca, mucho. Al alumbrar o al despedir, da igual, nos arrimamos a la puerta para ponernos en primera línea.

Una mujer de negocios.

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¿En qué piensas cuando piensas en una mujer de negocios?, ¿en qué piensas? Yo pensaba en una tía delgada y bien peinada. Con falda de tubo y cómoda con zapatos incómodos. Segura, decidida, bienoliente. Yo pensada, yo pensaba. Una mujer de negocios está en chandal o en pijama. En el mejor de los casos, si es muy organizada, tiene un atuendo ad hoc para, llegado el caso, abrir al de Correos sin que éste salga espantado. Una mujer de negocios convive con tiburones peores que los brokers de wall street: la culpa, las pelusas de la casa, el IVA, la tutora de su hijo, la cuota de autónomos, las dudas, los proveedores, el lodejotodo y la madrequeloparió. Una mujer de negocios, una mujer de negocios.