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Dudas y legañas.

Acostumbrado tenía el cuerpo a tomar decisiones en septiembre, pero esto de vivir instalada en la puñetera encrucijada me tiene con las defensas por los suelos. Ya se que vivir es elegir, ya se, y desde Trainspotting la imagen que acompaña estas palabras es la de Ewan corriendo, pero hay que ver lo incómodo, hay que ver. Eh, y que no elijan por mi. Así que con tanta puerta abierta soy caldo de cultivo para toda clase de pestes. Si ya era la mujer habitada, en este momento ni te cuento. Además de mis inquilinos habituales, que campan a sus anchas más que nunca aventurándose en plazas hasta ahora inexploradas, los ojos pitañosos me delatan. La piel, otrora lustrosa, ha adquirido un tono cetrino feo, muy feo. Menos mal que la astenia primaveral está al caer, con su solecito y tal. En un par de semanas los cerezos estallan y ya no hay vuelta atrás. Para entonces la corriente no será tan heladora, aunque las puertas sigan abiertas de par en par. Con un poco de suerte habré conseguido en...

Invierno

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Se inverna despierto y se hiberna dormido. Lo mismo da. Parece que son muchos los que quisieran poder hacer alguna de las dos cosas, o las dos, alternando. Una cueva oscura y calentita, superficie mullida y que me dejen en paz. Y si un día sale el sol, ya saldré a que me de un poco en la espalda. Pasada la Navidad con su ajetreo, sus emociones encontradas, sus comidas ricas y sus comilonas a base de suculentas sobras, sus encuentros con los viejos vecinos en el portal (¡y descubrir con sorpresa que cambiaron, como tu, las resacas por paseos por el parque!), sus regalos y sorpresas, su dobledosis familiar y su todo; ya pasado, pues que llegue la primavera ¿no? Con su astenia y sus cosas, pero que llegue. Menos mal que, como reza la sabiduría popular, por Reyes lo conocen los bueyes, y enseguida las horas de sol irán a más. Y, aunque aún nos aguardan oscuras jornadas de nieblas, mocos y legañas, le vamos cogiendo el gustillo al rollete este cíclico de la vida. A pesar de que no podam...

Que soy muy zurda coño.

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A pesar de lo difícil de atarme lazadas en los cordones de los zapatos, de no poder abrir latas ni cortar con las tijeras sin molerme los dedos. A pesar de que aprender a poner las letras en su sitio fue un infierno de incomprensión del que ya no me acuerdo. A pesar de que los ejes cronológicos de la Pepa fueran un martirio, y abscisas y ordenadas ni te cuento. Y, ay, las putas mesas de paleta. A pesar de que los pelapatatas y los cuchillos de sierra no están hechos para mí. A pesar de ponerme perdida de tinta o de tiza cuando escribo. A pesar de no poder jugar a bádminton sin hacer una cosa rarísima. A pesar de que sacarme el carné de conducir me costó medio millón de pesetas, de las de entonces, se dice pronto. A pesar de verme obligada a comer siempre al lado de mi cuñada, y de no poder usar cuadernos de espiral. A pesar de que nadie me sepa enseñar a hacer punto, ni ganchillo, ni caligrafía con plumilla, con lo que me gusta, joder. A pesar de no poder di...

Promesas de vida adulta

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La estantería ya no es la misma, ni dios que lo fundó. Muchos trasiegos y algún trajín han sufrido esos libros. Tampoco están todos: perdidos, robados, prestados, colocados... No se cuántas veces recorrí esos lomos con el dedito. Los lomos de ESA colección en particular. El dedo, tierno primero, adolescente después. Unas veces me detuve en el título, otras en el autor. A menudo sacaba uno al azar. Por dentro parecían casi iguales: el mismo papel amarillo que olía a polvo así, sin siquiera arrimar la nariz; la tipografía pesada, esas páginas sin aire. Sin restricciones, los caté todos. Estaban a mi alcance, no era algo de lo que me quisieran proteger, tampoco a lo que me quisieran exponer. Pero allí estaban, en un estante no muy alto ni tampoco muy bajo. Jugué a leer en voz alta enigmáticas palabras, párrafos tan bien sonantes como incomprensibles; acompañé a polvorientos personajes por los pasillos del drama y la tragedia, a ellos no les importaba que yo fuera pequeña, me entregaba...
Entras al baño del bar. Directo al lavabo. Te mojas las manos, te das jabón y zas, justo en ese instante se apaga la luz. Vuelco al corazón es mucho decir, un pequeño sobresalto, mediano en todo caso. La oscuridad es total, no sabes qué hacer con las manos. Pero, espera un poco, se ve el piloto rojo que señala el interruptor... Es de esos sin tecla, da cosa tocarlo con las manos mojadas, no le vas a dar. Además, tampoco está tan oscuro, se cuela luz por la rendija de la puerta, o tal vez se te acostumbró la vista. Y el jabón huele muy bien. El agua está fresca, no helada, es agradable. Se oye la música pero no el jaleo del bar. Ahora se corta el chorro del grifo, es de esos, por ahorrar. Tienes las manos llenas de espuma, pero esperas antes de volver a pulsar el grifo. Esperas. Respiras hondo. Se ha parado el tiempo. Ya no está oscuro, ves los detalles de los azulejos, no son feos. Miras al espejo, ves a tu alrededor, no te miras. Todo está bastante limpio. El aire también. Vuelv...

Friendchip

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Nothing changes nothing changes... Todo cambia, todo o casi todo. No cambia ese escalofrío en un lugar indefinido de la columna vertebral que te endereza y te corrige la postura. Es como un calambre alimentado por la penumbra de los bares que, de pronto, te hace sentir lista, chispeante, divertida, magnética. Eso no cambia. A dios gracias, y aunque ya no me acordaba, aun me hacen reír, aun les hago reír yo a ellas. Todavía somos capaces de putearnos hasta el borde, justo hasta el borde, exactamente entre la carcajada y la cabronada. No cambia ese gusto por jugar a las cuatro esquinas, adoptando cada una nuestro papel para que las otras se acomoden en el suyo y que así la partida sea divertida. Ninguna haría esfuerzos por una reunión complaciente, banal sí, complaciente nunca. Hay que verse más, es bueno para mi higiene postural, compensa mi postura cargada de hombros de diario.  

Respeto, eso pasa poco ahora.

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No sé qué tiempos son estos que corren. A ratos es todo tan desolador... Y a ratos todo parece tan de mentira. De modo que hoy, solo me merecen respeto los revolucionarios aferrados a sus ideales que no cejan en su empeño y los emprendedores abrazados a su ilusión que tampoco se rinden ni se dejan avasallar. En ambos hay algo que me chirría, pero creo que es envidia, de la cochina, no de la otra que tengo comprobado que no existe. No es que el resto merezcamos la muerte, no hombre no; pero sí encontrarnos cada mañana con un grumo de desesperanza que, como nata en leche fría, da un asco que te cagas y te jode el último trago del primer café. Así que, si tienes trabajo, sigue, sigue dándole vueltas al coco: huelga sí huelga no. Y si no lo tienes sigue, sigue pensando en qué harías si tuvieras lo que hay que tener, sea eso lo que sea (huevos, pasta...)