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Me gusta. No me gusta

Me gusta la gente que se acuerda de las cosas. Me gusta la gente que pasa largos ratos acordándose de cosas. Me gusta la gente que se lo pasa bien y se lo vuelve a pasar bien acordándose de lo bien que se lo pasó. No me gusta la gente que se acuerda solo de sus cosas y no te incluye en la conversación. No me gusta la gente que se tropieza con su ego. No me gusta la gente a la que su ego se le atraganta y no le deja digerir a los demás. No me gusta la gente que te pregunta por tus cosas solo como entradilla para darte la tabarra con las suyas. Me gusta la gente con egos grandes pero que no estorban.

Esa cicatriz

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No me impresionó verte de lejos, ni tu olor al darte los dos besos de cortesía. No me conmovió el timbre de tu voz ni tu mirada esquiva. La charla, trivial, claro. Pero cuando sacaste del bolsillo el móvil para mostrarme la foto de tus hijas, la vi, la reconocí. Y entonces sí, se produjo el transporte. Me acordé de lo suave de tus manos, y de cada rincón donde las pusiste. De las veces que pasé mi dedo por la minúscula cicatriz en la falange larga de tu dedo gordo. Y nunca, nunca te pregunté cómo te la hiciste. Adiós, hasta luego, mealegrodeverte.

Abriendo puertas.

Al parecer por la misma puerta que se entra, se sale. Y cuando esa puerta se abre, para cualquiera de las dos cosas, sopla una corriente salvaje. Nos esperan al cruzar esa puerta, al entrar y supongo que también al salir. Y mucho dejamos atrás al salir, quién sabe si también al entrar. Pero un umbral que se franquea no es un muro inexpugnable, no lo es, y una vez que nos exponemos a la corriente tan de cerca no volvemos a ser las mismas. Quedamos marcadas con la certeza de que hay algo al otro lado. Una certeza que va más allá de credos y cuentos chinos, se puede tocar, se nos queda pegada en el pellejo, huele, sabe a hierro como la sangre y la tierra fértil. Nacemos, morimos; alumbramos, nos despedimos. No se qué sucede cuando es una misma la que entra o sale, no me acuerdo ni me quisiera acordar ahora mismo. Pero cuando es carne de tu carne quién entra o sale, se está muy cerca, mucho. Al alumbrar o al despedir, da igual, nos arrimamos a la puerta para ponernos en primera línea. ...

Una mujer de negocios.

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¿En qué piensas cuando piensas en una mujer de negocios?, ¿en qué piensas? Yo pensaba en una tía delgada y bien peinada. Con falda de tubo y cómoda con zapatos incómodos. Segura, decidida, bienoliente. Yo pensada, yo pensaba. Una mujer de negocios está en chandal o en pijama. En el mejor de los casos, si es muy organizada, tiene un atuendo ad hoc para, llegado el caso, abrir al de Correos sin que éste salga espantado. Una mujer de negocios convive con tiburones peores que los brokers de wall street: la culpa, las pelusas de la casa, el IVA, la tutora de su hijo, la cuota de autónomos, las dudas, los proveedores, el lodejotodo y la madrequeloparió. Una mujer de negocios, una mujer de negocios.

Dudas y legañas.

Acostumbrado tenía el cuerpo a tomar decisiones en septiembre, pero esto de vivir instalada en la puñetera encrucijada me tiene con las defensas por los suelos. Ya se que vivir es elegir, ya se, y desde Trainspotting la imagen que acompaña estas palabras es la de Ewan corriendo, pero hay que ver lo incómodo, hay que ver. Eh, y que no elijan por mi. Así que con tanta puerta abierta soy caldo de cultivo para toda clase de pestes. Si ya era la mujer habitada, en este momento ni te cuento. Además de mis inquilinos habituales, que campan a sus anchas más que nunca aventurándose en plazas hasta ahora inexploradas, los ojos pitañosos me delatan. La piel, otrora lustrosa, ha adquirido un tono cetrino feo, muy feo. Menos mal que la astenia primaveral está al caer, con su solecito y tal. En un par de semanas los cerezos estallan y ya no hay vuelta atrás. Para entonces la corriente no será tan heladora, aunque las puertas sigan abiertas de par en par. Con un poco de suerte habré conseguido en...

Invierno

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Se inverna despierto y se hiberna dormido. Lo mismo da. Parece que son muchos los que quisieran poder hacer alguna de las dos cosas, o las dos, alternando. Una cueva oscura y calentita, superficie mullida y que me dejen en paz. Y si un día sale el sol, ya saldré a que me de un poco en la espalda. Pasada la Navidad con su ajetreo, sus emociones encontradas, sus comidas ricas y sus comilonas a base de suculentas sobras, sus encuentros con los viejos vecinos en el portal (¡y descubrir con sorpresa que cambiaron, como tu, las resacas por paseos por el parque!), sus regalos y sorpresas, su dobledosis familiar y su todo; ya pasado, pues que llegue la primavera ¿no? Con su astenia y sus cosas, pero que llegue. Menos mal que, como reza la sabiduría popular, por Reyes lo conocen los bueyes, y enseguida las horas de sol irán a más. Y, aunque aún nos aguardan oscuras jornadas de nieblas, mocos y legañas, le vamos cogiendo el gustillo al rollete este cíclico de la vida. A pesar de que no podam...

Que soy muy zurda coño.

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A pesar de lo difícil de atarme lazadas en los cordones de los zapatos, de no poder abrir latas ni cortar con las tijeras sin molerme los dedos. A pesar de que aprender a poner las letras en su sitio fue un infierno de incomprensión del que ya no me acuerdo. A pesar de que los ejes cronológicos de la Pepa fueran un martirio, y abscisas y ordenadas ni te cuento. Y, ay, las putas mesas de paleta. A pesar de que los pelapatatas y los cuchillos de sierra no están hechos para mí. A pesar de ponerme perdida de tinta o de tiza cuando escribo. A pesar de no poder jugar a bádminton sin hacer una cosa rarísima. A pesar de que sacarme el carné de conducir me costó medio millón de pesetas, de las de entonces, se dice pronto. A pesar de verme obligada a comer siempre al lado de mi cuñada, y de no poder usar cuadernos de espiral. A pesar de que nadie me sepa enseñar a hacer punto, ni ganchillo, ni caligrafía con plumilla, con lo que me gusta, joder. A pesar de no poder di...