Los pasteles de Marina
En el corazón de Tierra de Campos aun quedan pueblos heridos de vida por carreteras nacionales. Medina de Rioseco es uno de ellos.
Fue un pueblo importante, poblado por señoritos y campesinos a partes iguales, cruce de caminos desde tiempos inmemoriales. Hoy conserva en sus calles todo el aroma de lo que fue. Los días de mercado sigue siendo un hervidero, y los alzacuellos no resultan extraños por sus calles. Pero ni su gran plaza, ni ninguna de sus iglesias de intenso olor a incienso rancio encarna tan bien la raza de sus habitantes como la pastelería Marina.
Sus pasteles son exquisitos, pero aun lo es más el misterio que los rodea. La tienda es un hogar, las ventanas están cubiertas de visillos hechos de fino encaje de bolillos. Al entrar suena una campanilla que delata la presencia no de un cliente, de un intruso. Y es que así son tratados los clientes, como intrusos, un lujo que solo un establecimiento como este puede permitirse.
A mano derecha hay una mesa camilla sobre la que descansa un viejo gramófono con pinta de no funcionar. Si vas un día de estos, verás a una anciana ataviada con una toquilla gris que reza el rosario y cuenta los coches que pasan por la nacional sin detenerse nunca. Pero no siempre fue así. Si dejas que tu vista se deslice hasta el fondo de la estancia, verás que, tras uno de los mostradores (el más bajo, donde están los bombones), hay un piano de cola. Un día la anciana fue una mujer joven y lozana que, de soltera, daba clases de música allí mismo, entre natas y canelas. Lámparas y esculturas art-decó completan la decoración, así como alguna planta de interior de brillantes hojas pero austera, sin flores. Y tapetes, muchos tapetes de ganchillo.
Tras sonar la campanilla delatora de la puerta, no tarda en aparecer una mujer, siempre una mujer. Su cara es seria, de pocos amigos. Lleva un guardapolvos blanco, pero debajo se intuyen ropas elegantes, caras y pasadas de moda. No te da las buenas tardes, tampoco pregunta qué deseas, solo espera que seas rápido. El mostrador tras el que se parapeta es más alto que el otro, es una vitrina, pero dentro no hay muchas cosas: algunos bombones, como mucho dos tartas y pastas de te sobre fina porcelana cubierta de blonda. Ni rastro de los famosos pasteles.
Entonces te atreves a pedir tratando de no incomodar demasiado: "por favor, media docena para llevar y uno para tomar". Ya está hecho, solo queda tener suerte. La mujer desaparece tras una estrecha puerta que solo deja ver una luz blanca como la harina. Pasan unos minutos, bastantes. Lo sabes porque a un lado hay un gran reloj, de esos como un armario y con un péndulo que suena, parece que en ellos el tiempo va mas despacio. Clonc-clonc-clonc. La anciana sigue rezando, los coches siguen pasando.
Por fin reaparece la mujer, tras ella se asoma otra de edad indefinida y pelo canoso, solo puedes verla un momento y de refilón, pero parece enfadada. La del guardapolvos alarga su mano y dice muy seca: "para tomar, para llevar solo salen 3, ¿los preparo?". Claro, claro, respondes apresurado mientras coges con delicadeza el pastel envuelto en una de esas servilletas finústicas pero a la vez un poco tiesas, de las que llevan un ribete azul o rojo. Mientras la mujer vuelve a desaparecer por la puerta tu retiras la servilleta, ya un poco transparente por la grasa del hojaldre casi caliente... mmm... mmm... La boca se hace agua, literalmente.
El hojaldre cruje, la anciana levanta la mirada de su rosario y te la clava inquisitoriamente, tu tratas de sonreír mientras chupas discretamente el dorso de tu dedo anular: la crema, no es dulce, ni sabe a vainilla, tampoco a limón... está fría, y el hojaldre casi caliente. El azúcar glass empieza a ponerse transparente por la humedad: es el momento de hincarle el diente... Entonces la puerta estrecha vuelve a abrirse y la mujer aparece con un paquetito cuidadosamente envuelto: papel blanco roto y cordón estrecho y plano, anudado dejando un hueco para meter el dedo. Ella toquitea las teclas de una vieja máquina registradora, te dice lo que se debe, sin cortesías; entonces tu haces lo que puedes para mantener la dignidad mientras pagas, recoges la vuelta y el paquete, y sostienes como puedes tu precioso pastel a medio morder. Acabada la transacción te despides amablemente: "gracias, adiós buenas tardes", y mientras suena la campanilla de la puerta te parece oír entre dientes: "cómalos rápido que enseguida se revienen". Ya no sabes si lo dijo la mujer o la anciana, lo importante es que tienes tu tesoro. Hay que saborearlo bien, puede que la próxima vez no haya tanta suerte.
No dejes de probarlos si pasas por allí, merece la pena, existen, y la foto no les hace justicia ¿das fe?
Comentarios
¡Bravo!
Solo falta añadir que algunos "posibles clientes" se han encontrado la tienda o vacía de "Pasteles de Marina" o la pastelería cerrada en horario comercial
Cierto es que vende menos de lo que podría!!!!, hace lo que quiere, ¡Benditos ellos!!!.
Un abrazo
Ahora están en la tienda nueva, donde no hay horario fijo, pues hacen una cantidad al día que una vez la venden cierran, ya que son una familia bohemia dedicada a la musica, pintura,...sin grandes pretensiones en la vida. La mujer mayor ya falleció.