Se me encrespan las espigas.

Cuando yo era pequeña pensaba que estas personas que aparecen en la portada eran de todas de mi familia. La mujer del jersey amarillo (me flipaban mucho esos filtros de color) se me parecía a mi madre porque era la más guapa. La cazadora del señor del primer plano era de mi padre, ignoro cómo llegó hasta la foto. Los otros eran tíos segundos míos, y unos amigos penenes de mis padres que habían venido de Ponferrada. Eso era así y sanseacabó, como son las cosas con 6 años. Yo no sabía qué es ser castellana. Ahora tampoco.

Y es que, sin ser yo nacionalista de ninguna clase ni dios que lo fundó, llegadas estas fechas se me encrespan las espigas como a mi querida excobloguera de camino a la City por los metros de Londres. Aquí no hay dragones, no señor, ni las calles huelen a azahar. Aquí, sin fantasías ni cursiladas, la opulencia de las cunetas con su avena loca y sus amapolas y sus cardos borriqueros, está ahí para quién la quiera ver. 

Ayer tuve un grave brote de encrespamiento al ir a buscar a mis hijos y ver al conserje echando una jota con la tutora de 3º a la puerta del colegio. Me emocioné toda, hija. Porque en mi casa si alguna vez se cantó algo, fue esto y la Mandrágora, y un poco de Víctor Jara y otro poco de la Negra Sosa... Y cantar no se cantaba, porque de inglés ni papa, pero Neil Young y mucho Dylan. Yo que creía que no se cantaba en mi casa, pero se cantaba. Ya ves, eclécticos sí, nacionalistas no, de ninguna clase que yo sepa.

Así que si se me encrespan las espigas debe ser por otra cosa, no por el estatuto de autonomía ni por el rey bastardo ni nada. Aunque, de pronto, me ha entrado una curiosidad loca por la reina Juana y no dejo de leer lo que pillo, y pienso en Rociíto y en los casos mediáticos que se deslavan por estar en boca de todos. Qué tendrá que ver la una con la otra, digo yo. Pues lo mismo que el cielo de los Simpson con el de Villalar, ¿tendrá Matt Groening antepasados comuneros?

Y también me acuerdo de esta pegatina en este bolso de mi madre, de una piel suavecita por lo desgastad, pero aun olosa a cuero del bueno. Esa pegatina que, hay que ver qué calidad, así ya no las hacen, solo tiene un año menos que yo y mira cómo preserva los colores. Me parecía que la horca que tenía mi abuelo en el pajar era la de la pegatina misma; la horca, esa cosa peligrosa que no me dejaban tocar porque una vez un niño mató sin querer con ella a su hermano, como el rey de ahora, bueno, el de entonces. Y me acuerdo de que me daba entre miedo y ganas que la yesca esa que decía el cantar ardiera, así que casi mejor que volvieran las cigueñas y las heladas de marzo... pero es que si se brotan los campos antes de tiempo y hiela, no habrá opulencia en las cunetas que es lo que más me gusta del mundo, que qué secas y qué feas las cunetas cuando se agostan... Qué cosa que las cosas tengan que ser a su tiempo, pero ¿cuál es ese tiempo, el tiempo de cada cosa? Y así mi cabeza infantil, cuando miraba esa pegatina en el culo del bolso de mi madre, como una olla expres haciéndose más preguntas que San Agustín en sus Confesiones. No me puede extrañar ahora que a mi pequeño le parezca rarísimo que existan todas las cosas. Ay, esa pegatina que a mis mayores les provocaba un umami de risa, orgullo, miedo y vergúenza, yo no entendía por qué. Esa pobre pegatina que se salvó de mi rebeldía preadolescente, cuando le cogía el bolso prestado a mi madre y me hacía un lío entre lo que quería abrazar y lo que denostaba.

Sé poco de historia, sé poco de casi todo aunque me interesan muchas cosas, por borrica y holgazana, porque me dejé llevar por mis pensamientos de olla expres sin freno y ahora se me va la fuerza por la boca. Pero algunas preguntas pesan y se condensan entre tanto bullicio, y hace ya unos años que me pregunto si celebrar una derrota no será un triunfo. 

 

Don Miguel, a tí que también te da vértigo mirar parriba tumbao en una era en una noche estrellada; tú, que bien sabes que en las ollas de las cabezas infantiles se cuecen los interrogantes de la filosofía, ¿acaso tienes alguna respuesta?

Y también me pregunto si el orgullo de ser castellano no será una paradoja, y si el Meister no encarna muy bien algunas de estas contradicciones y riquezas que tiene la cosa nuestra.


Yo qué sé. Mañana, ni bailar la jota, ni vino en bota ni tortilla ni torreznos en Villalar. Esta canción no sé si le gustará a mi padre, igual le parece una marcianada, tan marciana como el orgullo de ser castellana.

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