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¡Qué chaparrón!

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Hay veces que las leyes de la naturaleza no funcionan. Hay días en que el amor cae del cielo. Hoy me han llovido las princesas, así, sin buscarlo, sin cien mensajes, ni cuadrar horarios ni calendarios. Amaneció despejado por fuera y nublado por dentro. Nada auguraba semejante chaparrón. Como hace el señor Manolo todos los días, me levanté, me lavé la cara, me despeiné y me atusé el bigote. Desayuné, me puse el mono y salí a la calle dispuesta a sobrellevar el día. De repente, empezaron a caer, ligeras, con su elixir de magia y realidad. Y durante todo el día me han llevado en brazos, me han dado de comer, de beber, de reír, de llorar, me han servido café. Me han colocado en el centro del universo y luego me han devuelto a mi lugar. Así son estas mis princesas. Van en vaqueros y llevan botas sin tacón, no huelen a azahar ni tienen boca de fresa; pero guardan espejos rotos en los bolsos para ver la realidad. Hay días en que las leyes de la naturaleza no funcionan. Hay veces que a p...

Dos pasitos palante y uno patrás.

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Dos pasitos palante y uno patrás, así dice mi compañera que avanza la vida. Y miro y es verdad. Hay cosas que parece no van a llegar nunca. Luego llegan, y al rato se vuelven a ir. De nuevo aparecen, para quedarse. Y cuando te quieres dar cuenta, ya han pasado de largo para no volver. Cuesta aprender este paso de baile. Exaspera en ocasiones. Exaspera como un niño que camina al lado de tu prisa deteniéndose a paladearlo todo; como una primavera que alterna frío y lluvia con ratos de sol, que no termina de llegar en un día de fiesta. Pero son los niños y las primaveras locas los que nos enseñan a bailar, así que ale, danzad, danzad malditos.

Después de un invierno malo.

Aquél año la primavera se presentó dos días antes de la noche de reyes, así, sin previo aviso. Floreció de repente y nos inundó de alegría. Después hubo otros inviernos sí, inviernos largos y fríos. Y otoños cálidos y reconfortantes, y otras primaveras, casi todas a su debido tiempo. Algún verano, que duró lo justo.  No diré que este invierno no me lo quito de encima desde el año pasado, no sería justo para los pájaros que cantan en mi ventana, llueva, truene o haga calor. Pero joder, que venga ya una primavera, que venga.

Me gusta. No me gusta

Me gusta la gente que se acuerda de las cosas. Me gusta la gente que pasa largos ratos acordándose de cosas. Me gusta la gente que se lo pasa bien y se lo vuelve a pasar bien acordándose de lo bien que se lo pasó. No me gusta la gente que se acuerda solo de sus cosas y no te incluye en la conversación. No me gusta la gente que se tropieza con su ego. No me gusta la gente a la que su ego se le atraganta y no le deja digerir a los demás. No me gusta la gente que te pregunta por tus cosas solo como entradilla para darte la tabarra con las suyas. Me gusta la gente con egos grandes pero que no estorban.

Esa cicatriz

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No me impresionó verte de lejos, ni tu olor al darte los dos besos de cortesía. No me conmovió el timbre de tu voz ni tu mirada esquiva. La charla, trivial, claro. Pero cuando sacaste del bolsillo el móvil para mostrarme la foto de tus hijas, la vi, la reconocí. Y entonces sí, se produjo el transporte. Me acordé de lo suave de tus manos, y de cada rincón donde las pusiste. De las veces que pasé mi dedo por la minúscula cicatriz en la falange larga de tu dedo gordo. Y nunca, nunca te pregunté cómo te la hiciste. Adiós, hasta luego, mealegrodeverte.

Abriendo puertas.

Al parecer por la misma puerta que se entra, se sale. Y cuando esa puerta se abre, para cualquiera de las dos cosas, sopla una corriente salvaje. Nos esperan al cruzar esa puerta, al entrar y supongo que también al salir. Y mucho dejamos atrás al salir, quién sabe si también al entrar. Pero un umbral que se franquea no es un muro inexpugnable, no lo es, y una vez que nos exponemos a la corriente tan de cerca no volvemos a ser las mismas. Quedamos marcadas con la certeza de que hay algo al otro lado. Una certeza que va más allá de credos y cuentos chinos, se puede tocar, se nos queda pegada en el pellejo, huele, sabe a hierro como la sangre y la tierra fértil. Nacemos, morimos; alumbramos, nos despedimos. No se qué sucede cuando es una misma la que entra o sale, no me acuerdo ni me quisiera acordar ahora mismo. Pero cuando es carne de tu carne quién entra o sale, se está muy cerca, mucho. Al alumbrar o al despedir, da igual, nos arrimamos a la puerta para ponernos en primera línea. ...

Una mujer de negocios.

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¿En qué piensas cuando piensas en una mujer de negocios?, ¿en qué piensas? Yo pensaba en una tía delgada y bien peinada. Con falda de tubo y cómoda con zapatos incómodos. Segura, decidida, bienoliente. Yo pensada, yo pensaba. Una mujer de negocios está en chandal o en pijama. En el mejor de los casos, si es muy organizada, tiene un atuendo ad hoc para, llegado el caso, abrir al de Correos sin que éste salga espantado. Una mujer de negocios convive con tiburones peores que los brokers de wall street: la culpa, las pelusas de la casa, el IVA, la tutora de su hijo, la cuota de autónomos, las dudas, los proveedores, el lodejotodo y la madrequeloparió. Una mujer de negocios, una mujer de negocios.