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EL PREDAR SE VA A ACABAR

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Parece mentira que a estas alturas haya que decir estas cosas. Y que yo tenga que empezar con esta frase, que parece escupida de una campaña post-transición, de los felices tiempos de Felipe en los que follar mucho era de modernos y estaba bien visto, porque la promiscuidad era como la democracia, un derecho conquistado. Supongo que, estando casada y no participando ya más que de la idea, lo que me ofende es que mis batallitas no sean adecuadamente apreciadas fuera de un selecto círculo… y es que no hay nada más cansino que las mojigatas y los especiales. No es fácilmente comprensible por gente decente que haya hombres que, al plantearse empujar con una mujer promiscua, sientan rechazo. Intento adoptar su visión, y me imagino que en sus cabezas esos coños reusados están llenos de rastros antiguos, estalactitas y estalagmitas (no me digas cuál va para arriba y cuál para abajo) de semen que dan fe de todas esas noches más o menos divertidas, y que en su estupidez descontextualizan los fa...

MIEDO Y MÁS MIEDO

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Esto se ha retrasado mucho… pero aquí estoy, en la estela de mi co-blogera, para hablar del miedo, y preguntándome la manera de que no resulte excesivamente íntimo. Todo lo que me da miedo se resume en morirme a lo tonto. La mayoría de los días, al acostarme o al levantarme, me doy cuenta de que x días han pasado demasiado rápido, y me visualizo a los 70 años, mareada, aturdida por la sensación de que ni siquiera las he visto venir y ya me estoy muriendo. Este pensamiento, demasiado frecuente últimamente, si me agarra de noche trae consigo una sensación de muerte súbita… hormigueo en la cabeza (que, por supuesto, se identifica con un aneurisma a punto de estallar), taquicardias que anuncian que mi corazón ya está harto de mí, amén de docenas de microsíntomas que me dicen: the time is now, chata. Pero el problema no es que mi hipocondría me aterrorice, sino que en esos segundos en los que repaso mi vida no veo nada que valga tanto miedo. El año pasado, cuando tenía un objetivo-obsesivo,...

Miedo III

Se hace uno pequeño ante la enormidad ¿eh?

Otros miedos

Prometimos tercera parte de la serie "miedos", pero hacemos un inciso y nos asomamos a las ventanas de los vecinos. Descubrimos otros ángulos de la misma realidad: cómo se manejan los miedos colectivos, que también son una bestia muy útil. Una bestia que es pertinente alimentar, azuzar o mantener apaciguada según requiera la circunstancia. Otra clase de miedo, ésta al servicio del poderoso, sea quién sea. Tendrá que ver también con la biología; los coachers, todologos o nuevos gurús, saben de eso, yo no. El Sr Cordero, viejo desconocido de mamaquierosemoderna, opina esto de una cacareadísima campaña de márketing new age o perrofláutico como el lo denomina. A mí me ha gustado leerlo (he de reconocer que, sobre todo, por el destello lingüístico de redescubrir el significado de un giro para mí gastado) Así que invito a las Provincianas a leerle, que nada les gusta más que comentar una macrocampaña. Y, de paso, te pico otro poco a Satratustra, para que pases por aquí y te pronun...

Miedo II

Cuando era pequeña mi madre podía con todo, y si ella no estaba en casa mi padre hacía las veces. Cuando nació mi hermana, con su diminuta mano me quitó muchos miedos. Y si faltaban los tres, mi abuelo le ponía nombre a los malos y entonces se volvían ridículos. Una de las cosas a las que más miedo tuve siempre fue a que se me apareciera la virgen. Puede que sea porque el primer día que me pusieron gafotas vi una película en blanco y negro de unos niños que se la encontraban en un cueva, y entre lo borroso y el dolor de cabeza lo pasé fatal. O tal vez por culpa de una señora de ojos gordos con el pelo super cardado que, por aquél entonces, salía mucho por la tele. El caso es que una noche, sin mi padre ni mi madre ni mi hermana, en una casa muy larga que hoy no existe, intenté rezar. No me sabía ningún rezo oficial, pero intuí que tenía que rimar. Rezaba para que la virgen no se me apareciera. A mi mente acudían imágenes de viejas con los ojos en blanco, y unos niños de un pueblo que s...

Miedo

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¿Alguna vez atravesamos una edad en la que no tuvimos miedo? Yo no me acuerdo, pero sí se que alguna vez estuve segura de que los adultos no tienen miedo. Ahora compruebo que, si no se me ha pasado ya, puede que nunca se pase. No hablo de miedecitos, no, hablo de ese MIEDO que da calambre, que hace que se te aflojen las extremidades y te entre por las tripas una cosa que se parece al vértigo. Luego, cuando amaina, el cuerpo se queda como si tuvieras ardor de estómago en los músculos. Es ese miedo que tenemos de pequeños, ese que alguna vez pensé que desaparecería para siempre. Sí, ya se, todas esas sensaciones se deben a una descarga de qué se yo que sustancia, que es una herencia animal para salvarnos del depredador, pero da miedo igual. Aguarda agazapado esperando un bofetón de realidad que lo despierte. Porque ese miedo no se despierta con peliculitas, ni con sustos ni historietas: es una bestia que se alimenta de realidad.

Concierto del desconcierto, o lo que es la ignorancia.

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Cuanto más intrascendentes son las lecturas que se eligen para el autobús, más fácil es que uno se transmute en uno de sus personajes sin darse cuenta. Eso me sucedió el jueves. Volver a pasar tiempo, mucho tiempo en el coche es volver a pasar tiempo, mucho tiempo al amor de la radio. Esto hace que una se interese por cosas de lo más variopintas. Anunciaban una conferencia que, por motivos que no vienen al caso, me pareció apetecible; así que al salir del trabajo, en vez de coger el bus, corrí al salón de actos en el que entendí que se celebraba el evento en cuestión. Como llegaba tarde, me precipité por las escaleras viendo de refilón el cartel que anunciaba el programa: conferencia fue la única palabra que acerté a leer, suficiente, ese debía ser el sitio. Pagué sin rechistar los 3 eurazos y, con el programa en mano, me dejé guiar por una señorita a la sala procurando no hacer ruido y no molestar a los ponentes. Una vez sentada en mi butaca me sorprendió ver un enorme piano en el esc...