Arar

Hoy he visto cómo clavos de hierro se clavaban en la piel recién segada de la tierra. 
Una mirada atrás, por encima del hombro, y pisar con decisión el acelerador. Tras de mi, tremenda polvareda, y la entraña de la tierra lista para saciar su sed.
Los cuervos observan desde su atalaya de cables. De vez en cuando baten las alas, como para sacudiese el polvo. Un ligero viento menea los cardos secos de las cunetas, pero ni un resquicio en la cabina del tractor. Y más polvo.  La tarea está a punto de acabar, el verano toca techo, o fondo, o lo que tenga que tocar. 

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