Llevaba meses preguntándome cuanto tiempo tarda una cosa en dejar de ser novedad, cuanto tiempo tarda uno en acostumbrarse a un cambio. Hoy creo que tengo la respuesta: cuando empiezas a echar de menos lo anterior.

Y es que desde hace un par de semanas, cada vez que escucho una canción cantable echo de menos mi coche. Ese coche que nunca fue mio pero que me cuidó como si lo fuera. Era grande, siempre olía a nuevo y su depósito no tenía fin. No importaba la hora, su radio y su cd siempre estaban bien dispuestos; y si el cansancio arreciaba reclinaba su asiento en cualquier cuneta sin chistar. Muchos kilómetros a solas el y yo, mucho alejarnos de casa para después volver, a veces incluso llegamos a alejarnos sin estar seguros de volver...

Largas horas en la carretera y cientos de ojos y orejas esperándome a diario, ilusiones y decepciones a partes iguales, menús de carretera, noches solitarias de hotel, callejear sin rumbo por ciudades desconocidas, cansancio y satisfacción, mucha acción y poca reflexión. De vez en cuando, parar y dudar.

Hoy mi vida es más monótona, puede que mediocre. Pero estoy hecha para la acción y esto durará poco, por dentro sigue bullendo algo que pronto me hará cambiar de rumbo otra vez. Mientras tanto sigo buscando ojos y orejas, experimentando con lo que fluye entre la gente; y es que si me paro a pensar un momento veo que cada día es una aventura si yo quiero vivirlo así.
Y quiero vivirlo así.

Mañana será otro día, buscaré aventura en los ojos de la gente y puede que la encuentre, porque la verdadera aventura la llevo yo.

Y mira que me pongo pedorrra cuando escribo a estas horas oye.

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