Bella Ciao, coronavirus y el 8M

Este año no, porque llevo ya unas semanas soñando con Frida y así lo haré el sábado casi seguro. Pero el año pasado la noche antes del 8 de marzo no pude dormir, me invadía tremenda excitación compuesta de rabia, alegría y pena en proporciones que no soy capaz de cuantificar. 
Me dan nauseas las ofertas de camisetas moradas con frasecitas y puños en alza, aunque algunas me gustan mucho y quisiera comprármelas de dos en dos. Me enferma que se entienda la huelga y el derecho a ella pero que luego se quiera ir a tomar unas cañas después de la manifestación, ¿huelga de consumo, qué movida es esa?, ¿demostrar que si nosotras paramos todo se para?, mujer, tampoco se trata de hacer el mal, de boicotear... Feministas sí, feminazis no. Ya, yo también quiero irme de cañas, con todo el subidón. 
Me enloquecen de risa los lemas ingeniosos y la idea de que Manolo se haga la cena solo porque María está de manifestación; y también me asalta una prevención relacionada con que la revolución será divertida o no será, pero hay que ver con qué cuidado tenemos que andar para que no se tome a mofa cuando se trata de lo femenino.
Con tanta contradicion intelectual, chica, no hay quién duerma, y una cuando no duerme da en tonto, me pasa bien poco por fortuna, pero aquella noche algo en tonto sí que dí, y lo hice así:
Me dio por pensar en que me gustan los pelitos cortos y suaves que me brotan en el sobaco tras una semana de afeitarlos. No me gusta la vergüenza y la repulsión que me provoca su visión en el espejo cuando están largos.
Me gustan las canas locas, abundantes e insurrectas que emergen en la raíz de mi pelo al mes escaso de haber pasado por la peluquería. No me gusta que parezcan sucias cuando tengo el pelo mojado.
Me gusta el remusguillo en los ovarios que anuncia la menstruación. Me da paz sangrar en abundancia y con regularidad. No me gusta el olor a talco de las compresas que me pongo para no estropear las sábanas.
Me gusta la risa, tan familiar, de mi madre. Me estalla el pecho en alegría con la de mi hermana. No soporto la amargura de ninguna, la suya, la mia, la tuya, la nuestra.
A la mañana siguiente me desperté del poco dormir, me comí una manzana ácida como un demonio y cogí un autobús a las 7 de la mañana. Fui a clase, descansé en un jardín botánico, tomé el té en un barrio gentrificado, y me enrolé en una manifestación multitudinaria y emocionantísima con una compañía de lo más singular: 
Mi sobrina adolescente que asisitía a una manifestación por primera vez y prefirió hacerlo con su madre y conmigo en lugar de con sus amigas; la madre de mi sobrina, y una criatura adorable que parecía prima hermana de Cayetana (de cualquiera de las Cayetanas que se te vengan ahora mismo a la cabeza) y que disfrutó como una niña en un parque de atracciones, a pesar de que la idea de manifestarse, en princpio, le parecía un "poquito reivindicativa" de más, según sus propias palabras.
Paré como pude el impulso de lanzarme al cogollo de la batucada, aunque sí canté bella ciao bajo el balcón de La Ingobernable. Expliqué lo que era un sindicato pero no conseguí que se entendieran mis argumentaciones acerca de la necesidad de una cabecera de manifestación no mixta. 
Sentí el escalofrío gozoso que me dan las multitudes y, será la edad, lo sostuve sin aspavientos. Fue esa contención precisamente, sumada quizá a los delirios de la noche de insomnio, la que me trajo la comprensión profunda de que lo personal es político; y que, aunque el cuerpo me pidiera quemar cajeros, quizá lo más revolucionario que podía yo hacer ese anochecer de primavera adelantada era explicarle a mi sobrina lo que es un sindicato, y convencer a Cayetana de por qué no era buena idea entrar en el Corte Ingles que, total, nos pilla de camino, a comprarnos un pintalabios morado y una diadema de flores para ir monas a la manifestación.
Este año el 8 cae en domingo, no termino de entender por qué es mala idea la huelga general, si hoy somos más consumidoras que ciudadanas y el único modo de que se nos escuche es parar al capital. Máxime cuando nuestros cuidados son los que sostienen la maquinaria. ¿Me habrá poseído el espítritu comunista de Frida? De todas formas yo soy autónoma, trabajo en fin de semana y hacer huelga, la verdad, me viene fatalllll.
Y de las cosas de mi cuerpo que es mío y de las movidas que me trajo el insomnio, pues no sé, pero yo ya tengo hora para la peluquería, que mis canas son insostenibles y la semana que viene tengo una reunión en la que no quiero que me tomen por sucia, no sea que no me vayan a contratar. No me voy a comprar una camiseta morada para la manifestación, aunque he visto una monísima con un lema de Rocío Jurado irresistible... Además, como trabajo fuera toda la semana, sé que me va a dar tremenda pereza ir a la ciudad a manifestarme, ¿será suficientemente revolucionario quedarme en el pueblo cocinando, jugando al scategoris con mis hijos y escuchando a Lasha De Sela que es lo que me pide el cuerpo este año que el día D me pilla en plena premenstrual? 
Ay diosito, ¿ves?, si es que #elfeminismonomedejavivir 
Y, qué bobadas, si este año lo que lo peta es el coronavirus, el bella ciao viene de Italia y no va a haber mascarillas pa tanto miedo y tanta manifestación...

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