Madrugo mucho y, aún así, voy tarde porque no soy consciente de haber apagado el despertador, si es que acaso sonó a la hora convenida. Corro por el metro vacío sin desayunar. Camino mucho y muy deprisa bajo tierra. Esto se me hace muy moderno. Llego tarde, justo a tiempo y demasiado pronto, todo a la vez. ¿Cómo es posible? Lo es, porque todavía no es ayer. Cambio el billete y me enfado muy poco porque me autoinduljo divinamente. Desayuno. Intercambio cariños cibernéticos con mi amiga que ya está sentada en su avión. Un aeropuerto no es lo mismo que una estación de autobús. A mí al rededor hay criaturas de casi todas las calañas. Siembro la semilla de una fiesta futura y ejerzo de matriarca. No lo suficiente, o a lo mejor sí. No lo sé. Voy al baño, tengo suerte, está limpio aunque sea una estación de bus y no de tren. A la salida, mientras me reconozco en el espejo, presencio una escena sórdida y asquerosa al otro lado de una puerta entreabierta. Me sale la fi